“Meditaciones sobre la Violencia” por Nick Lowry
De Aikido Journal artículo de contribución. 22 Marzo 2012
Algunos puntos para comenzar: ¿Cómo podemos sostener las realidades de la violencia? ¿Cómo interactuamos con el sufrimiento y el trauma de la violencia? ¿Cómo nos transformamos y nos sanamos de cara frente a la violencia? ¿Qué tienen que ver los dojos y el budo (artes marciales) con todo esto?
Todos estamos tocados por la violencia. Nadie pasa por la puerta de un dojo sin haber sido marcado por este hecho. Algunos son víctimas, otros son victimarios. Algunos quieren alivio en contra del miedo, otros quieren ganar más poder y control sobre su mundo frente al caos.
Algunos sueñan en convertirse en héroes, empuñando el poder como si fuese un arma y haciendo violencia para propósitos “buenos y de justicia”, derrotando a los hacedores del mal por una mayor causa. Otros simplemente disfrutan de la danza paradójica, la danza que gira tan hermosamente en el borde de algo tan feo—la danza que de alguna manera, transciende.
Todos debemos mirar profundamente dentro de la sombra de la violencia a fin de transformarla. De sanar. Este es el precio que pagamos por el poder que adquirimos, aprendiendo esta danza potente. El precio es alto pero necesario, pues todo aquello que no miramos con profundidad, aquello que mantenemos en la sombra, aquello que continuamos desatendiendo, todo aquello inevitablemente saldrá—muy a menudo en formas soslayadas y trágicamente inapropiadas, y nos encontraremos preguntándonos, “¿Por qué acabo de hacer eso?”…”¿Qué hay de malo en mí que me hiciera hacer eso?” “¿Cómo podría ser yo quien promueve la violencia?”
Entonces ¿cómo entramos en esta danza? El discernimiento requiere la reflexión.
Algunos buscan el camino hacia convertirse en el “Mejor Mal-Follao” o “Mejor Bravucón (Ultimate Bad-Ass) — como se lee en la camiseta de mi amigo Larry, “Aunque ande en el valle de sombra de la muerte, no temeré mal alguno, porque ¡YO SOY el peor H.D.P. en el valle!”–es una trágica respuesta a un temor profundo que va representada como un guerrero inmaduro con puros poses, y es la triste verdad que ciertamente, los dojos pueden entrar en el juego de estas fantasías. Hombres jóvenes se suben a sus jaulas octagonales cada día en pasos alarmantes. Abundan los “ultimate warriors” o máximos guerreros. Qué triste.
Algunos retroceden de la violencia, y al contrario de lo antes mencionado, estos se convierten en pacificadores inmaduros; es aquel que aguanta todo, aquel que sufre en silencio, el que se esconde del conflicto, aquel que encarna el miedo bajo la apariencia de “mantener la paz,” pero que en verdad solo está manteniendo el statu quo. “No muevas el barco, quédate callado, no despertemos a los dragones dormidos. Se resolverá algún día.” Estoico y sufrido, muriéndose adentro por grados. Igual de trágico.
Algunos sueñan en transformarse en héroes. Francamente, ellos han visto demasiadas películas y se sienten confundidos; suelen pensar que los héroes son aquellos que resuelven los problemas del mundo con violencia. Tristemente se equivocan pensando que empuñar el poder es igual que “ser heroico”. Aspirar llegar hacia el arquetipo podría ser bueno, pero aquellos atraídos al camino del héroe en sus formas modernas están en necesidad de una educación más profunda sobre lo que significa “heroico”. Más precisamente, ellos necesitan una educación específica sobre la tendencia peculiar para que la violencia engendre más de sí mismo—resolviendo absolutamente nada, solo haciendo más problemas. En el mundo verdaderamente heroico, la fuerza es el último, último recurso, y el héroe se lleva el sacrificio y no la gloria. Los héroes convierten las espadas en rejas de arado.
Para mí y mi propio viaje trágico, yo quería tanto el poder y la audacia que la danza de la violencia me podría proporcionar. Me volví encaprichado con la auto-confianza, cautivado con la manera más eficiente para hacer la tarea.
Al recordar cuando primero comencé a entrenar hace 27 años, viendo Aikido fue amor a primera vista. Aquí estaba el poder y la verdad y la violencia todas envueltas en la belleza y la ética. Aquí es lo que estaba buscando desde mi niñez: todo contenido en un lugar mágico llamado el Dojo.
Les puedo decir que aún en el dojo, me sentí tocado por la violencia: como cinta verde, la primera vez que me lanzaron contra mi voluntad en una gran caída en toshu randori—eso me dio bastante miedo—estuvo tan fuera de control, tan repentino y de forma final; y luego más o menos cuando era sankyu (3er kyu) y que me visitara otra vez esa fea energía de violencia durante randori mientras mi “pareja/sempai” se arrodillaba sobre mi hombro inmovilizado, me jaló el cabello para subir mi cabeza, tensando mi cuello, para susurrar en mi oído con una voz cubierta de malicia, “¿Te gusta esta mierda? ¡A mí me encanta esta mierda!”
Todavía puedo escuchar su voz. Mi sangre se congeló. El miedo cursó a través de mí, “me va a matar” es lo que yo pensaba.
Lecciones sobre la violencia. Lecciones sobre el miedo. Lecciones sobre el poder.
A partir de esas primeras experiencias, mi entrenamiento giró hacia un refinamiento mayor de habilidades—esto es lo que me impulsó como uchideshi, clase tras clase, día tras día. Me sentí obligado a apropiarme de ese poder que tanto me controló y me amenazó. El poder que fue empleado sobre mí…yo DEBÍA tornarme capaz de empuñar esa arma con mis propias manos. El empuje o impulso iba más allá de los límites. Era una pasión, una obsesión.
Los años pasan…y ten por seguro…
Un día, me encuentro tratando de explicarle a un guardabosques, ex soldado del ejército, que efectivamente, este wakigatame (una inmovilización de brazo) de verdad le podría lesionar si trata de resistir (yo tenía que haberle dicho, “si tratas de restirME”), y él flexiona, y yo flexiono y ¡BAM!– estoy haciéndole la técnica “flying arm bar” (juji-gatame )…y él tendrá su brazo enyesado montado en un cabestrillo.
Otro día más tarde, mi compañero y yo estamos jugando al judo. Me lanza un puño en la quijada desde un agarre de cuello—yo le lanzo una queja—él le resta importancia—yo me enojo y entonces ¡BAM!, le estoy atestando golpes a su quijada. Y le digo, “ojo por ojo”…
Y otro día más, estoy practicando randori con un practicante de alto nivel (equivalente a cinta marrón), y se está defendiendo pero fuera de balance, y esquivando, y yo pierdo mi paciencia y ¡BAM!, mi shomen-ate lo golpea y lo lanza 3.5 metros al aire, cayendo sobre su cabeza al piso. “La fuerza engendra la fuerza,” le digo mirándole fijamente desde arriba. En realidad, tengo suerte que no le partí el cuello…
Más luego mientras me zambullo en el judo, un necio que habla de más en la clase de judo me cae mal y BAM, le estoy haciendo un ashi harai sin agarrar—su caída es predeciblemente terrible…otra persona me golpea con su frente en shiai, y BAM, estoy tratando de decapitarlo con un ahorcamiento de lado…un tercer compañero me saca de quicio en newaza, y BAM estoy tratando de meter su cabeza dentro de la alcantarilla al borde del tatami cuando el Sensei Chuck hala de mi cuerda…”¡Maldito sea, Chuck, me cortaste la nota!” le digo, y él me hala lejos del borde.
Hace solo unos años atrás, algún tonto cinta marrón se acelera en toshu randori y BAM, le estoy dando vueltas como un topo, y prensándole al piso con ushiro ate y haciendo que se golpee un poco en su caída hacia abajo…
Un alumno de cinta blanca pelea conmigo y le estoy aplastando al piso…
¿Qué estoy haciendo? ¿De dónde viene esto? ¿Para esto es lo que tanto entrenamos por tanto tiempo?
Por un tiempo, una parte de mí se sonreía con estos incidentes. En realidad celebraba estas cosas, y me bañaba en la gloria del hecho que Ahora Yo Tenía el Poder en Mis Manos para empuñarlo contra del mundo a mi alrededor. Me sentí Grande y Fuerte y Malo, y mientras tanto, también jugaba en justificarme, “Fue por defensa propia”—“Fue por su propio bien”—“Él mismo lo pidió”—“Él era solo un pelotudo”—“Eso le enseñará una lección”—“Después de todo, yo fui quien mostró moderación, podría haber sido peor…”
Todas estas maneras de tratar de escabullirme de la dura realidad de la responsabilidad, y el sentimiento profundamente inquietante que en cada incidente o caso, una verdadera y fea energía de violencia hacía erupción sin ser invitada, y de repente en mis propias manos. El Señor Cool estaba perdiendo sus estribos, y ahora yo he manifestado el cuerpo de violencia, y lo visité sobre el mundo que me rodeaba. ¡AY! “Parece que eso dolió…” “Mal Karma…
Éste no es quien ni es lo que quise ser. Esto no es lo que yo estaba buscando. ¿En dónde fue que me salí de la vía?
La violencia es algo pegajoso, oscuro y contaminante, y tiende a ocurrir y hacer recurrencias. Mientras más haces, más obtienes. Se alimenta hacia delante. Reitera el trauma. Así es como funciona.
Lo que no sabemos es que cada vez que encontramos nuestras vidas tocadas por la violencia, de verdad necesitamos la purificación. Necesitamos un medio para transformarla y sanarla, pues de no hacerlo solo tendremos la tendencia de repetir ese patrón impreso—inconscientemente reviviendo y reiterando el trauma. Una víctima se convierte en victimario. Una y otra vez.
En culturas tradicionales, los guerreros retornando a la tribu luego de la guerra iban al chamán para ser purificados. En calor o danza o en aislamiento, soportaban la dura prueba y así recibían la purificación y luego podrían ser readmitidos a la tribu. De no hacerlo, la guerra regresaría a la tribu junto con ellos. Aquellos tocados por la violencia que no se someten a la purificación tienden a deslizarse hacia vidas fuera de balance, a menudo buscando auto-medicarse o auto-destruirse, o simplemente cayendo en ciclos de violencia perpetua de violencia a ellos mismos. La guerra tiende a retornar a casa.
Muy a menudo nuestras “artes marciales” y “dojos” solo son más de lo mismo. Juegan inconscientemente dentro de la sombra de la danza de violencia y perpetuar la violencia. Se convierten en altares o santuarios para el ego más grande y más miserable, el bravucón más grande y más malvado. Fallan en abrazar o encarnar las profundas contradicciones de su propia naturaleza, la de paz y la de violencia.
Se olvidan que hay un camino que trasciende e incluye. El carácter “bu” en BUDO (usualmente se traduce a arte marcial) en realidad simboliza el acto de detener una lanza, detener la violencia, terminar el ciclo del trauma. Pocas artes marciales o artistas o dojos hacen esto. Pero siempre está allí. Está esperando justo debajo de la superficie, para ellos, a todo momento. Las artes marciales y su naturaleza profunda sí ofrecen la purificación, la transformación y la integración. Sí son capaces de sanar.
En su mejor expresión (y yo argumentaría que es AHORA el momento para nuestra MEJOR expresión), el dojo es un recipiente alquímico para la transformación de la energía de la violencia en nuestras vidas. Para que pueda funcionar en esta capacidad, se requiere que la energía del dojo en sí mismo permanezca limpia y pura. Una vez que un dojo se degrade con energía fea, el recipiente se agujerea y la buena energía/medicina se pierde. Todo esto suena locamente esotérico, pero les aseguro que es completamente verdadero, completamente palpable y obvio para aquellos que tienen ojos para verlo. ¿Alguna vez ha notado la luz y belleza y espacio de un dojo tradicional? Baje la velocidad, agudice sus antenas, deje que sus sentimientos sientan el contorno o forma de la energía y usted también la verá.
Para sanar la violencia se requiere que veamos profundamente hacia dentro, hacia nuestra propia bondad básica, nuestra propia naturaleza que se ha despertado. Se requiere que nos envolvamos en nuestras propias cualidades positivas de ser, y hacer que la fuerza, la belleza, y la luz de todo eso caiga sobre el trauma. Debemos despertarnos a la bondad y la verdad que yace dentro de nosotros mismos para mirar de frente a la oscuridad. Si tratamos de mirar de frente a la oscuridad desde nuestra propia oscuridad—es un abismo llamando otro abismo de nuestra propia naturaleza quebrada, vacía y confundida—entonces tendremos lo que mi buen amigo Larry describe como una “receta para una depresión en espiral”, y la perpetuación de más de lo mismo, más de lo mismo.
Danzar al borde de la violencia y transformarla en el mundo y en nuestros seres; convirtiéndola de ser un “activo tóxico” de oxímoron a ser un verdadero otorgamiento de poderes para la compasión es el punto o meta final. Tan a menudo pensamos que los dojos son lugares para construir un ser mejor y más grande, una versión más poderosa del YO…pero eso es un callejón sin salida, un gueto como destino. Usted se puede detener allí, y muchos lo hacen…pero en realidad si permitimos que el dojo sea lo que puede ser, un Dojo nos transforma a través del saneamiento de nuestros corazones y equilibrando nuestras energías, despertando nuestra percepción y claridad al suavizar los lugares duros y rígidos dentro de nuestro propio ser, calmando la turbulencia en nuestras almas, y funcionando como un seguro refugio en tiempos de miedo y agitación.
Los Clubes de Pelea no hacen esto. Tampoco los establos de Sumo, ni los clubes de MMA ni los shiaijo (salas competitivas). Los gimnasios y cuartos de pesas no hacen esto. En este contexto, el Dojo se asemeja más a un templo, a un zendo, a una sala de práctica para zen, que a un establecimiento para ejercitarse.
El Dojo trae consigo la magia. Pues aquí es el lugar en el mundo donde las peores energías, las más duras, las que dan más miedo, las más feas y las más mezquinas energías en nuestras naturalezas pueden ser llevadas hacia la luz y contemplarlas con claridad y compasión—hasta con humor. Es donde la expresión trágica de un profundo sufrimiento puede terminarse y puede dar un giro, no solamente con simples palabras o buenas intenciones o pensamientos positivos con coberturas de telas blancas, tampoco sin jugar mediante la justificación ni escaparse de la responsabilidad, tampoco con fantasías endebles ni el afán de deseos por cumplirse; sino más bien con el verdadero sudor físico, el movimiento, la respiración—a través de la consciencia o atención, y la encarnación mediante la práctica del “arte” que detiene la violencia. Aquello que transforma la violencia con recreación, que purifica la naturaleza repetitiva de la violencia con su propia repetición del principio sin fin y lleno de propósito, que finalmente integra todas nuestras energías, sombra y luz, hacia el fluir mayor de energía de la tribu, de sangha, toda la catástrofe magnífica de la vida misma.
Es mucha magia, pero es del tipo bueno, y funcionará en usted, créalo o no.
Para contactar al autor, Nick Lowry: ir a Windsong Dojo
Este artículo está en Aikido Journal (Stanley Pranin) http://blog.aikidojournal.com/2012/03/22/meditations-on-violence-by-nick-lowry/#more-1388